Solo
hay oscuridad. No se distinguen figuras, objetos o personas. Estoy solo de pie
observando el infinito mar negro que hay ante mis ojos. Empiezo a tener
consciencia de mi cuerpo. Veo mis manos, muevo lentamente cada uno de los
dedos, articulación por articulación. Ya no hay infinito.
Me
agacho lentamente, siento un profundo dolor en mi pecho. Mi cara se contrae,
como si me hubieran golpeado. Lagrimas empiezan a correr por mis mejillas, una
competencia en la que gana la primera en tocar el suelo negro. Me siento feliz,
dichoso. Una sensación de plenitud se apodera de mí ser. Por primera vez, en
dos años, logré llorar.
Un
segundo después, desperté.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario